Nos pasa muy a menudo, al menos a las mujeres. Andamos por el centro comercial, buscando un par de zapatos para la noche o para una ocasión especial. De pronto, ahí están: perfectos, impecables, modernos, "ÚNICOS"; y efectivamente, tan únicos que son la única talla y por esos azares caprichosos del destino, pues no es la tuya.
No importa, los probamos igual, caminamos sobre ellos, con la fiel esperanza de que igual podemos andar cómodas con ese par de hermosos zapatos que amamos en cuento vimos, pero no nos calzan bien.
Una voz interna nos advierte, "no son tu talla", "ya habrán otros mas lindos o mas adecuados para la ocasión". Así que salimos de la tienda, pero esos zapatos no salen de nuestra mente, nos siguen a donde vamos. Vemos algunos otros también lindos, pero no los amamos como ese par que no son de nuestra talla. Luego de un par de vueltas más, volvemos y LOS COMPRAMOS. Si nos quedan grandes, pues se arreglaran con un a plantilla (o dos), si nos quedan chicos, pues los mandaremos a la horma el tiempo que haga falta y por arte de magia serán nuestro número.
Y así, luego de intentar con gran esfuerzo, sacrificio e ilusión poder andar sobre esos bellos zapatos en los cuales hemos invertido tanto desgaste, reparamos en que nos nos quedan, que nos duelen y que lamentablemente, no podemos usarlos más.
Esa es la historia de mi vida, llevada al aspecto sentimental. Al igual que la historia de los zapatos que no nos quedan (que me pasa siempre de manera literal), los llevó igual y asumo el dolor o incomodidad que haya que soportar, porque yo quería ese par y no otro.
Reparé de esto en mi último cumpleaños, en que en busca del par para la noche de mis 30, vi los más bellos zapatos que me hubiese podido imaginar, me visualice con ellos toda la noche y otras, y cuando descubrí que me quedaban algo chicos, con mucha decepción fui en búsqueda de otros, sin embargo, la obsesión no me dejaba querer comprar otros que no sean esos que me encantaron.
Tal cual nos sucede cuando descubrimos que no calzamos bien dentro de una relación, hay algo en ese hombre que nos hace querer que sea para nosotros, y puede ser no malo, pero no es nuestra talla y aunque lo intentemos y sigamos intentando, nunca calzaremos en ello. Y así, dejamos pasar la oportunidad de tener otros zapatos que quizá nos nos encaaaaanten tanto, pero que nos harán sentir igual de bien y mucho pero mucho más cómodas, sin tanto maltrato a nuestros pies, o en este caso, a nuestra alma.
Lo malo, es que somos obsesivas y no nos gusta saber que hemos perdido y lo intentamos y remamos con todo hasta quedarnos sin brazos. Y repito, no es que sea un malo o feo par de zapatos, solo que no eran el par indicado para ti.
Cuando nos cansamos, nos duele, nos incomoda, nos lastima, no podemos pensar que si los sacamos solo un rato, nos quedaran bien, al contrario, los pies se hinchan y cuando queremos calzarlos nuevamente, duele más. Y no me dejarán mentir.
Así que si ese zapato no es para ti, solo deja de usarlo y ya, y prueba con otro, que aunque no te haya deslumbrado como aquel que dejas de lado, verás que lo que no se fuerza, se siente mejor.
Ate,
Lunática a mil.